Liberado del dolor y la adicción tras la Santa Cena

Me diagnosticaron una infección por estreptococo (una bacteria que provoca trastornos como faringitis estreptocócica, neumonía e infección del torrente sanguíneo) y sufrí dolores insoportables en la cabeza, las manos y los pies.

Visité varios hospitales 14 veces en 2 años y me recetaron antibióticos y otros medicamentos fuertes. La fiebre desaparecía durante un tiempo, pero no el dolor. Entonces me dieron morfina porque ningún otro analgésico podía ayudarme. Tras dos años de tratamiento sin resultados, los médicos me dijeron que ya no podían ayudarme. Perdí toda esperanza. 

En aquella época, me enseñaron que estaba enferma porque Dios me estaba dando una lección o era consecuencia de los pecados que había cometido.

Año tras año, mi dosis de morfina aumentaba hasta que llegué a la dosis máxima. Era adicta a la morfina y no podía llevar una vida normal. Hace ocho años, fui a un centro de rehabilitación, pero lo dejé a los 14 días porque no podía soportar los terribles síntomas de abstinencia. Los médicos me explicaron que, como la morfina es una droga sintética, los síntomas de abstinencia serían más dolorosos y tardarían más en desaparecer.

Cinco años más tarde, alguien vino a nuestra iglesia y nos dijo que tuviéramos cuidado con un predicador de la televisión llamado Joseph Prince. Intrigado, empecé a ver en secreto los sermones del pastor Prince con mucha precaución y escepticismo.

Pero cuanto más veía los sermones, más esperanzado y libre me sentía. Finalmente, la gracia de Dios cambió por completo mi vida cristiana. Fue una revelación para mí saber que ya no hay condenación para los que están en Cristo Jesús. ¡Aleluya!

Desde entonces, veía los sermones del pastor Prince dos veces al día. También participó de la Cena del Señor con regularidad, creyendo que por Sus heridas ya he sido sanado. También he confesado diariamente que soy la justicia de Dios en Cristo.

Desde el año pasado -después de casi 18 años- soy liberada de la adicción a la morfina y del dolor. No me costó ningún esfuerzo y no experimenté ningún síndrome de abstinencia.

Elke  |  Alemania